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domingo, 10 de noviembre de 2013

La independencia de Autonomías es cáncer que las mata por delirio paranoico de algunos




De la hemeroteca tomamos el siguiente artículo que, aunque publicado el 28 de septiembre de 1994 en el Diario "YA" de Madrid, no sólo no ha perdido actualidad, sino que la tiene aún mayor.

Lo que demuestra la 'venta' de España por turbios intereses en el PSOE las dos veces que ha gobernado

 He aquí su contenido:


El cuerpo y las autonomías


FERNANDO ENEBRAL CASARES 
LICENCIADO EN CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DOCTOR EN LAS DE INFORMACIÓN


Como en nuestro cuerpo, si alguna
célula, por llevar su autonomía
al extremo, se independiza
del resto, genera un cáncer.
O sea: la muerte para todos


Estando los de Montes en Ponte­vedra para estudiar la flora galaica, quisimos una noche obsequiar a las galleguiñas con una serenata. Contábamos esos días con la presencia de un científico alemán que compartía nuestras exploraciones y pronto se apuntó al festejo. Pero hete aquí que, apenas comenzado, el germano optó por retirarse, sen­tenciando: "En Alemania siempre hay un solo pastor en cada rebaño, un jefe para cada equipo. Pero entre ustedes no. Aquí todos quieren ser pastores, todos jefes, y ninguno oveja. Y así, ¡im­posible!," Y nos plantó.

La anécdota -lapidaria- viene a cuento del tinglado montado en España con las autono­mías, y que quizá haya procedido más de las ga­nas que algunos tenían de ampliar la tarta que poder repartirse, que de otra cosa. Esto, al me­nos, es lo que cabe inducir de la confesión que el propio Garaicochea nos hizo años atrás en el Club Siglo X­XI: "Sí -dijo-; la ‘nacionalidad' vasca es un invento de sólo hace unas dé­cadas". O del com­portamiento de Pu­jol, con sus ramifi­caciones en banca y demás, y que en cuanto se le critica, asegura que se ataca a Cataluña. "Cataluña soy yo", parece creerse, como el Rey Sol. Pues ¡pobre Cataluña enton­ces, si no fuese más que eso! O Vasconia, si fuese como Arzallus o Idígoras. O Europa, si no fuese más que un Mitterrand o un Kohl.

La intención de las autonomías no puede ser el levantar ficticios 'muros' -como el caído de Berlín- entre unas partes y otras, sino el aportar cada cual, con eficacia y rapidez, lo mejor de sí, al conjunto histórico de todos. Un vistazo a nuestro cuerpo nos lo aclara. ¿Qué pasa con las células? Que trabajan con 'autonomía' para asi­milar y excretar, y para relacionarse con su en­torno próximo, pero... sin perder la orientación hacia un todo común: sostener el tejido en que están, y la vida del organismo. Y hasta tal punto que, si  alguna célula, por llevar su 'autonomía' al extremo, se 'independiza' del resto, genera un cáncer. O sea: la muerte para todos.

Porque hay una ley general para el progreso de la vida. Con­siste en que éste sólo puede lograrse por cada in­dividuo -cada entidad- a base de renunciar a realizar por sí mismo unas cuantas cosas a cam­bio de especializarse en otras, pero a condición de asociarse con otros para recibir todos de to­dos. Es decir, que si queremos 'prosperar' habre­mos de centrarnos en sólo unos cuantos campos y completarnos luego con otros. Pero, eso sí, contribuyendo a una coordinación común, y -como nos decía el alemán- aceptándola; com­partiendo esfuerzos, pero para repartir resulta­dos, y, sobre todo, superando cicateros egoísmos que, cuando menos, son arena en los engranajes y, cuando más, conducen a lo de Yugoslavia.

Así, la organización autonómica de un Estado no la vemos como pretexto para romper la convivencia general en mil `taifas' localistas, sino como manera de que las gentes de un lugar puedan seguir la pista de cerca a los asun­tos que les atañen. Vigilar mejor a los gestores que de ellos se ocupen, de­cidir las prioridades con que asignar los recursos que se ten­gan, y obtener aten­ciones más rápidas y eficaces en las ne­cesidades cotidia­nas. Pero jamás para dar pie a un lenguaje distinto con el que impedir que los vecinos nos entiendan, irse de cabeza de ratón visitando por ahí jerarcas ex­tranjeros, o airear paranoicamente lo de los `complots' contra nuestro terruño y la 'independencia' de nuestro huerto.

La evolución biológica no va por esto último. Muy al contrario, la vida evoluciona en el senti­do de integrarse sucesivamente en nuevas uni­dades que, sin abjurar de las anteriores, les con­fieran un sentido más solidario, más global y, por lo mismo, también más eficaz y de mayores horizontes.

Porque mirarse el ombligo por descubrir 'na­cionalismos' con que golpear los morros del ve­cino no sólo es una estupidez, sino el principio del fin: el cáncer del progreso y de la propia Hu­manidad.







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