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domingo, 10 de noviembre de 2013

El Estado Autonómico cursa en sentido contrario al Federal por su origen y por su propósito. No son intercambiables como cromos.




En enloquecida huída a ninguna parte, el partido socialista, desde su abrumadora ignorancia jurídica e histórica, filosófica y hasta del Derecho y de la realidad Internacionales, plantea retroceder dos siglos y equipar España a las ‘colonias’ británicas de delincuentes y aventureros que en Norteamérica acordaron primero confederarse y después federarse. Sólo que aquí al revés:  federarse para terminar confederados.

Tratan así de cumplir, a lo que parece, su compromiso masónico con dirigentes que ven en la secesión una oportunidad de lucrarse a coste de la ruina de sus paisanos hacendosos, mediante dar mayor cancha a la corrupción.

Respecto de tamaño disparate, reproducimos un artículo publicado el 25 de mayo de 1996 en el Diario “YA” de Madrid, y de creciente actualidad.


Estado federal y Estado autonómico

FERNADO ENEBRAL CASARES

LICENCIADO EN CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DOCTOR EN CIENCIAS DE LA INFORMACIÓN



Será insensato tratar de convertir un modelo autonómico —que cursa hacia una mayor integración desde la unidad ya establecida— en uno federal, que representa una fase cultural más primitiva; tan absurdo como querer volver a subir al hombre al árbol del que bajó el australopithecus millones de años atrás
 
Manuel Hermoso Rojas, presi­dente del Go­bierno de Cana­rias, dictó el otro día una lú­cida conferen­cia en el Club Siglo XXI, con la que sustan­cialmente esta­mos de acuer­do, excepto por una frase que, además, se está vol­viendo moneda corriente de forma insensata. Dijo Hermoso que "Coa­lición Canaria propugna el desarro­llo del modelo (del Estado) hasta lle­gar a un Estado federal". Y lo justi­ficaba remitiéndose a que, con los Reyes Católicos, España fue como un "reino de reinos".

Sin embargo, este argumento no es viable. En primer lugar, porque, en aquella época, se trata de reagru­par, mientras que hoy hace ya cinco siglos que estamos unidos. En se­gundo término, porque el parangón habría que establecerlo entre la ren­dición de Granada y el Tratado de Mastrique (¡Mastrique, por favor!, y no Maastricht ), que es el que 'reuni­fica' Europa. Y, en todo caso, por­que las federaciones buscan la forta­leza de sus miembros a cambio de su renuncia a ciertas prerrogativas, mientras que ahora se habla de en­gordarlas en vez de menguarlas. En definitiva, los federados buscan, con la agrupación, suprimir gastos aun mejorando los servicios, como au­mentar la seguridad a base de una sola Policía y Ejército; o facilitar el comercio con una moneda única; o contar con Gobierno, Parlamento y Administración comunes para aho­rrarse sueldos, y homogenizar nor­mas y costumbres para entenderse mejor y prosperar; impulsar juntos la ciencia y la técnica; compartir aduanas y la misma protección civil y sanitarias, etc.; evitando así frag­mentaciones y duplicidades. O sea: justito, justito,... lo opuesto a lo que pasa con las Autonomías. ¿Y quie­ren éstas todavía convertirse en 'fe­derados'? ¿Seguro? Porque ¡tendrí­an que volverse del revés, cual calcetín!

Como decimos, el federalismo es un movimiento hacia mayor integra­ción y homogenización, en vez de lo contrario. Para ahorrar gastos ga­nando en operatividad. Y pagando el coste de renunciar a prerrogativas,

Igualito que un obrero que pierde in­dependencia al afiliarse a un sindi­cato, un profesional a su colegio, o un ciudadano a un partido. Es ley general que imita la evolución bioló­gica, que siempre, siempre, tiende a integraciones cada vez mayores, a costa de la propia individualidad, y en aras de una entidad superior que reporte ventaja.

Entonces, el 'Estado de las auto­nomías', ¿a qué viene? ¿Contradice la ley natural hacia la integración progresiva? Pues no. Lo que pasa es que su nacimiento nada tiene que ver con el federalismo, y por eso no tiene sentido compararlos ni —menos aún— tratar de intercambiarlos. 

Para entender el motivo y direc­ción del autonomismo, baste seguir con el símil biológico y ver que, en el cuerpo, aun cuando cada célula depende de la coordinación con las demás —so pena de volverse cance­rosa y mortal para todos—, también va adquiriendo un mayor protago­nismo en el funcionamiento del to­do, que, a través de sistemas sofisti­cados, capta la realidad de cada una, la tiene en cuenta, y arbitra lo más adecuado para ella. Algo parecido sucede con las naciones: que, cuan­do evolucionan, deben ahondar su `democracia' a base de atender más las individualidades o grupos, las peculiaridades zonales o de otro tipo, y prestar más consideración a las exigencias de éstas. Es decir: el au­tonomismo no surge como un proce­so de desmembración, sino justa­mente como lo contrario: un meca­nismo de mayor integración a través de tener más en cuenta a cada ele­mento y poder, así, enriquecerse más el conjunto y cada uno.

¿Cómo conseguirlo? El camino es respetar las peculiaridades zona­les y adaptar, en lo posible, las nor­mas a ellas; incluso dictar otras es­pecíficas. Es decir, que, mediante profundización de la democracia, se llega a resultados equivalentes al fe­deralismo, a saber: leyes comunes para todos, leyes que se adaptan en cada territorio, e incluso leyes espe­cíficas que, sin contradecir a las ge­nerales, propicien mayor rendimien­to zonal.

Pero esta convergencia no debe, en manera alguna, confundirnos sobre los diferentes orígenes y hasta propósitos de uno y otro tipo de Estado. Y, desde luego, será in­sensato —tal como dijimos al princi­pio— tratar de convertir un modelo autonómico —que cursa hacia una forma de mayor integración desde la unidad ya establecida— a uno fede­ral, que representa una fase cultural más primitiva.

Sería un despropósi­to tan absurdo como querer volver a subir al hombre al árbol del que ba­jó el Australopithecus millones de años atrás.



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