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Reflexiones pluridisciplinares sobre la actualidad reseñada en los medios de comunicación

viernes, 9 de agosto de 2013

Sobre el disparate económico de bajar salarios y subir impuestos



Como  "Los Peter"  (en alusión a los afectados por la "Ley" de ese nombre) vuelven periódicamente a la carga con propuestas económicas disparatadas (cual si de una pandemia de estupidez recidiva se tratase), tiramos de hemeroteca para reproducir artículos de prensa publicados ya hace años, pero que mantienen toda su vigencia además de su valor histórico. En esta ocasión uno, debidamente resaltado ahora, publicado en el Diario “YA”, de Madrid, el martes 12 de agosto de 1997, pág. 7.

Error en Rojo

Error es cualquier divergencia que  se produzca entre nuestro pensamiento y la realidad a que se re­fiere.  Esto quiere  decir que, pa­ra no cometer errores, tendre­mos que apreciar esa realidad  en todas sus vertientes y, encontrando  las interacciones que entre ellas existan,  llegar a un pensamiento  coherente  con  to­dos los datos. Por eso es tan fá­cil equivocarse: basta con ha­ber hecho observaciones par­ciales, en vez de  globalizadas, para poder desbarrar.

Y como los mortales, por nuestra limi­tación, no conocemos más que una pequeña parte de lo que nos rodea, por eso ninguno estamos exentos de caer en el error, gran­de o pequeño, fugaz o pertinaz. Es lo que le ha pasado al Gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo.

Su primer error provino de su amigo Carlos Solchaga, por  entonces titular de Economía.  Solchaga, como todo socialis­ta,  estaba  empeñado en que sólo el Estado manejase el dinero y los factores pro­ductivos del país,  y para ello  urdió  subir los tipos de interés para que la gente le entregase todos sus ahorros por la  golosina  de una rentabi­lidad alta.

Se camufló la maniobra bajo el pre­texto de combatir la in­flación, y tampoco se di­jo que era   porque los ale­manes necesitaban recaudar fondos para llevar a cabo su reunificación  y por eso también subían sus tipos. Sin embargo, ni era justo que los demás les costeásemos a los germanos sus gastos o caprichos, ni la excusa de con­tener la inflación servía, puesto que está probado que unos  tipos de interés al­tos contribuyen  precisa­mente  a la inflación,  en vez de rebajarla. Buena prueba de ello es que, en cuanto se ha ido Solchaga y han bajado los ti­pos, la inflación también ha caído en picado.

Además, el error de subir los tipos llevaba al colapso de la economía. El proceso era que  si comprando Deuda del Estado obteníamos más renta que si manteníamos abierta una em­presa o un comercio, los pe­queños y grandes empresarios y comerciantes cerraban sus ne­gocios para vivir de las rentas desde el sillón de su casa. Con esto, se disparaba el paro, ba­jaba el número de compradores potenciales, descendían las ex­pectativas de cualquier venta y, por consiguientes, más empre­sas y comercios cerraban, y más se volvía a repetir el ciclo recesivo hasta llegar a la quiebra del Estado.

Tal proceso era, además, acelerado por la penu­ria que causaba a las familias el que las hipotecas y demás créditos les saliesen carísimos, po­niéndolas en situación tan difí­cil que los trabajadores no tenían más remedio que pedir aumentos salariales,  y las em­presas repercutir en los precios esos aumentos tanto como las elevadas amortizaciones de los créditos  que tuviesen concerta­dos. El resultado era, por con­siguiente, un aumento del paro junto con un paralelo aumento --en vez de reducción-- de la inflación.

Ahora, este diagnóstico que hicimos en 1988 --y que trasla­damos a Nicolás Redondo (que convocó huelga)-- se ha visto ple­namente refrendado. Ha basta­do que Rojo haya tenido que  bajar los tipos  por la presión po­pular, para que la economía na­cional haya empezado a normalizarse.

El reciente informe del Banco de España también apunta a lo mismo, cuando di­ce que  "ese descenso (de los ti­pos) ha contribuido al aumen­to de la riqueza financiera de las familias y  a la mejora de la posición financiera  de las em­presas", y que ello ha sido la  causa  de la  recuperación  de la inversión y de la demanda in­terna.

La explicación es que la bajada de los intereses de los préstamos, además de  liberar  dinero,   invitaba a abrir  --en vez de cerrar-- empresas y  aumentar  así el empleo, de forma que la gen­te ha ido teniendo más desaho­go para comprar, y se ha establecido competencia  "a la ba­ja"  de los precios por la entra­da en el mercado de las nuevas empresas.

En consecuencia, la inflación ha bajado conforme teníamos predicho. E incluso los propios Bancos, que podría pa­recer que saldrían perjudicados por la bajada de los tipos, han salido ganando por el principio de que  más valen muchos po­cos que pocos muchos’: Caja Ma­drid ha mejorado su resultado un 10,5 por ciento en el primer semestre respecto del año pa­sado; un 11,4 el Banco de Co­mercio, un 18,2 Banesto, un 19,5 Caja Rural, un 25,9 el Bilbao-Vizcaya, un 30,2 el Santander, un 63,4 el Atlántico...



Pero el error de Rojo per­siste. No sólo en lo de los tipos --que los mantiene arguyendo lo de contener la inflación--, sino en su insistencia de que  ‘los sa­larios no deben subir’.  Lo cual, además de erróneo, es  insultante  cuando viene de un señor que  no  pasa apuros. Ya quisiéramos ver al señor Rojo teniendo que ponerse de asistenta  por las tardes para llegar a fin de mes --como han de hacer algunos au­xiliares de la Administración Pú­blica, por ejemplo-- y ver si des­pués seguía diciendo lo mismo.

El proponer que los sueldos  no suban,  o que lo hagan en can­tidades miserables, vuelve a ser un  error  tan  grosero  como el de los tipos de interés. Porque  si no subimos  los salarios,  la gen­te no  tendrá dinero para  com­prar  cosas, y el consumo (la de­manda interna) languidece. Las  expectativas  de negocio  ba­jan,  y se  frena  la apertura de  empresas  y la  competencia  que ellas provocarían  "a la baja"  en los precios. La  creación  de empleo se  paraliza,  la inflación  persiste,  y la reactivación económica se  esfuma.

Es algo que  ya también tenemos dicho en este periódico el 12/12/1993,  y nos alegra que CC 00 y UGT hayan sabido  reaccionar  esta vez y exponer que, si los sueldos se congelan, es imposible que ha­ya  reactivación  económica y pos­terior  descenso  del paro.

No se trata,  desde luego,  que la gente  reivindique salarios ilu­sorios.  Las remuneraciones de­ben ir  acordes  con la  producti­vidad,  con las esperanzas de  ven­tas  en las empresas, y con su   holgura  financiera. Pero, cum­plido esto, y aun contando con que los datos de una entidad no son trasponibles a otra (incluso del mismo sector), es estéril el prurito de frenar los sueldos "porque sí", como si quien plantease esto fuese simplemente por perpetuar las distancias salariales que mediasen entre él y los demás, o poco menos. Es infumable pedir a otros  que si­gan pasando apuros  cuando uno no es capaz de ceder parte de su abultada nómina a alguna ins­titución benéfica.

Y es que el error vuelve a consistir en atender sólo a as­pectos monetarios, olvidando otros factores que intervienen en la mercadotecnia: familiares, sociales, psicológicos, tecnológicos, ecológicos, competenciales, coyunturales, etc.

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares


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